VISITA A URGENCIAS SEMANA 32: CONTRACCIONES POR INFECCIÓN DE ORINA

Nos quedamos en que me dieron el alta en el hospital tras la amenaza de parto prematuro un domingo. Al martes siguiente (9 días después, en la semana 32+5) tenía cita con el ginecólogo en alto riesgo para que me mirase el cuello del útero de nuevo.

Allá que nos fuimos Pichí, Alma de Suegri y yo en el autobús hacia el hospital. Me miraron, vieron que no se había vuelto a acortar,  que “La nueva” seguía en podálica y que ya pesaba alrededor de 2,100 kg. Volvimos a casa, estuve un rato vigilando a Pichí en el parque sentada en un banco todo lo que pude y llegó la hora de la siesta y ¡tacháaaan! Contracciones. Me dijeron que si me volvía a pasar me fijase en cuanto tiempo pasaba entre una y otra y me asusté mogollón cuando vi que eran cada 3 minutos clavados. Me tumbé en el sofá durante casi una hora pero no remitían nada así que opté por ir a darme una ducha. Ahí perdí la cuenta porque al estar de pie me resultaba más difícil distinguirlas. Estuve como 10 minutos dándome agua templada en la barriguilla y en la zona de los riñones y cuando salí volví a tumbarme en el sofá. Serían como las 17:20 o así y poco a poco noté cómo iban disminuyendo hasta que media hora después ya no tenía. ¡Hurra!

Peeeero como una horita después… ¡volvieron! Otra vez regulares cada 3 minutos y yo visualizando cómo se acortaba el cuello del útero y me entraban los 7 males. Así que cuando llegó Alma de Papi oootra vez nos fuimos a urgencias ya pensando en el ingreso, el atosiban puesto por la via durante tres días, mandar a Pichí con los abuelos… vamos, tanto fue así que hasta pillé a Alma de Papi organizando deprisa y corriendo su neceser y preparando su pijama. Ahí le solté unos improperios y me eché a llorar, todo a la vez.

En urgencias tardaron en atendernos y cuando entré me dijeron que hiciese pis en un bote y me midieron el cuello del útero. Cuando me dijeron que no había disminuido respiré como nunca. Me mandaron a monitores y luego me comentaron que parecía que tenía una infección de orina asintomática (porque yo, la verdad no he notado nada de nada ni picor, ni dolor, ni más frecuencia de ir al baño, nada) que podía dar contracciones. Me recetaron un antibiótico general (quiero decir que de los que actúa para varios “bichos” a la vez porque no sabían cuál tenía en concreto) para tomar en dos días y en 10 días tendría el resulta de un cultivo para ver qué bicho tenía exactamente y si el antibiótico era capaz de actuar sobre él. Cachondos. ¿No sería mejor hacerte el cultivo luego para ver si tu cuerpo lo ha eliminado? En fin…

El caso es que este sábado, sin hacer grandes esfuerzos volví a tener contracciones cada 3 ó 4 minutos sin haber hecho nada en especial. Me di una ducha y se me pasaron bastante rápido pero ya dudo de todo. Se supone que la infección ya no debería tenerla así que lo achaco a algún esfuerzo de más como andar, limpiar la casa o cosas así.

Pufff, y aquí seguimos, contando los días. Hoy cumplimos las 34 semanas, parece que ya apareció el síndrome del nido pero me frustro porque al centro comercial sólo puedo ir a ratitos (por no hablar de tirarme al suelo a organizar cajas, poner lavadores etc). Y además tengo sentimientos encontrados porque me da la sensación de que si lo tengo todo preparado le estoy dando permiso a “La Nueva” para nacer ya y todavía tiene que aguantar 3 semanas más. ¡Menuda recta final!

¿Qué tal fue vuestro tercer trimestre de embarazo? ¿Os preocupasteis por las contracciones?

OPERACIÓN PAÑAL 1: «MAMÁ NO QUIERO HACER PIS»

Como buenos y aplicados padres primerizos que somos, en cuanto han salido 4 rayitos de sol y con la sombra del cole revoloteando por nuestra casa, decidimos probar a ver qué tal reaccionaba Pichí a eso del orinal, adaptador o lo que le apeteciese (porque compramos las dos cosas en su día).

Pichí, desde muy pequeña, no moja el pañal por la noche, cosa que suele ser un buen indicador para iniciar el control de esfínteres. Por otro lado, además, es perfectamente  consciente de cuando se hace caca aunque, la verdad, tampoco es que le incomode mucho. Por eso y por una presión absurda que me metí yo en la cabeza con eso de la llegada de la hermanita en julio, decidimos probar en Semana Santa a que hiciese el primer pis del día (que es un momento en el que seguro sabemos que va a hacer pis de retenerlo toda la noche) en el orinal.

FALLO: Cuando Pichí se despierta necesita un ratito de mimos mientras se va desperezando. Ha sido el sustituto de la toma de pecho de la mañana que, como sabéis le he ido retirando poco a poco por la agitación del amamantamiento que me ha provocado el embarazo.

Por tanto, el despertar se convirtió en un momento de estrés sin su rato de mimitos, para que no se hiciese el pis en el pañal. Todo muy sutil pero saltándonos completamente sus deseos y su ritmo, la verdad sea dicha. Pero teníamos que probar porque, es cierto que, con esto de los 2 años, Pichí está en un momento de su vida un pelín guerrero y necesitaba ver hasta qué punto era “cabezonería” (tipo no querer recoger los juguetes cuando los ha sacado todos) o si realmente no está preparada.

Es curioso como, aunque he trabajado el control de esfínteres con niños de educación especial, con nuestros hijos es como si nos reseteasen el cerebro y se nos olvidase todo lo que sabemos… yo qué sé.

El caso es que, por supuesto, Pichí no quería sentarse en el orinal. El primer día se hizo el pis de pie y yo puse el orinal debajo, lo celebramos y lo tiramos al váter para que viese lo contentos que nos ponía. Los dos siguientes días fue también una lucha en la que ni si quiera salió pis y a mí se me partía el alma cada vez que la oía decir lloriqueando: no quiero hacer pis. Tal cual.

Por tanto, primer intento de iniciar el control de esfínteres: SÚPER FALLIDO. Pichí no está nada preparada y yo me he dejado llevar por la presión (que, por cierto, me la he impuesto yo sola).

Vamos a esperar un mes o dos meses más (aún a riesgo de que se junte con la llegada de la hermanita) porque los niños en unos meses pegan cambios tremendos y confío en que sólo es cuestión de tiempo. Ya iremos viendo. Luego con la llegada de “la nueva” nos relajaremos porque será tiempo de adaptación para todos. Y si llega septiembre ya lo hablaremos con el cole. Desde luego, seguiremos probando pero sin forzar y, por supuesto, os iré contando.

¿Qué tal la retirada del pañal de vuestros hijos? ¿A qué edad se lo quitasteis y cómo llevasteis el proceso? ¿Alguna sugerencia?

LAS RABIETAS

Con los 2 años y 3 meses de Pichí podemos decir que ya está aquí la fase tan temida de las rabietas. Por suerte no son ni diarias ni demasiado intensas (al menos de momento) así que las vamos gestionando como podemos.

Como buena psicóloga tengo claro que ese momento en el que nuestro niño se empecina en no hacer algo, se enfada, se tira por el suelo y no hay manera de que dé su brazo a torcer es fruto de la falta de herramientas de comunicación que tienen a esa edad. Todavía no dominan el lenguaje, se frustran, no comprenden y estallan. Así de simple.

Y así de complicado. Porque tú, como padre o madre amoroso e informado que eres te armas de paciencia. Pero a veces el tiempo, las prisas o nuestro propio estrés no nos permiten gestionar la rabieta con calma y acabamos cada uno en un rincón hechos polvo.

En nuestra casa tenemos algo claro y es que hay cosas que se pueden negociar con Pichí y otras que no. O sea, puedes chuparte los dedillos cuando ayudas a cocinar a papá pero nunca puedes echar cosas al fuego. Puedes trajinar con la harina mientras mamá hace bizcocho (aunque para mí fuese mucho más cómodo que no lo hiciese pero entiendo que tiene que explorar) pero luego hay que lavarse las manos sí o sí y no vale salir de la cocina. Entendemos que Pichí es una niña, que nosotros tenemos la harina muy vista pero recordamos que cuando fuimos niños nos encantaba todo ese guarreo. Pues si luego toca limpiar un poco más qué le vamos hacer, la niña no puede estar viéndolo todo desde la barrera para que yo me ahorre pasar un trapo.

Partiendo de ahí, en casa las rabietas suelen generarse cuando la cosa no es negociable. Últimamente tenemos un par de flancos abiertos que son el vestirse y el lavarse las manos antes de comer, cosas que, como digo, no son negociables.

Siempre le doy su tiempo. La aviso de que yo ya me he vestido y ahora le va a tocar a ella. La vuelvo a avisar. La espero pero no voy detrás de ella porque así ella suele venir adonde yo estoy. Con el vestirse he probado de todo: cantarle, distraerla, hacerlo por la fuerza pero sin decir nada, enfadándome… Imaginad eso 3 veces al día mínimo y encima embarazada. Y además, entra en juego el factor prisa que es el enemigo número 1 de gestionar con calma por nuestra parte la rabieta. Éstas son las que más me cuesta gestionar a mí. El día clave fue el que le dije que como yo ya estaba vestida me podía ir a la calle. Ella sólo decía que no así que la avisé de que me iba. Me miraba y seguía diciendo que no así que abrí la puerta, salí y hasta que no la cerré desde fuera no me llamó. Por supuesto abrí al instante, vino llorando hacía mí, la consolé y le dije que había que vestirse para ir a la calle. Oye, mano de santo. Entiendo que explora mis límites, que estruja mi paciencia para ver hasta donde llego porque es lo que tiene que hacer, así que yo, con todo el amor del mundo se lo enseño (no me torturéis demasiado).

Con el lavado de manos igual, he probado de todo. Lo que tengo claro es que por las malas no consigo nada así que la voy avisando de lo que tiene que hacer. Le pongo la comida ya en la mesa y normalmente suele ser motivación suficiente para que venga ella sola. También me funcionó un par de días lavarle las manos según llegamos de la calle o ir al baño en vez de a la cocina a lavárselas.

En fin, menudo mundo. Tengo claro que la rabieta depende de cómo esté la niña, de cómo se haya levantado, de lo sensible que esté. Y me ayuda tener claro que no lo hace por fastidiar, ni por ser mala, sino porque está aprendiendo cómo funciona el mundo. Otra cosa importantísima es no negarle nunca unos mimos cuando nos los pide, por muy enfadados que estemos. Antes de tener a Pichí, por mi formación yo había estudiado que había que ignorarles o repetirles que les daríamos un abrazo cuando estuviesen tranquilos pero está comprobado que nada calma a un niño disgustado mejor que un abrazo cuando lo pide.

¿Cómo gestionáis vosotros las rabietas de vuestros niños cuando el tiempo apremia? ¿Qué tal creéis que lo estoy haciendo?

CUANDO EL CUERPO TE PIDE TENER UN HIJO

Últimamente recuerdo mucho una conversación que tuve con una mamá de un niño con el que trabajé que me contaba que cuando su hija tenía dos años el cuerpo le pedía tener otro. Una vez que se quedó embarazada de nuevo y tuvo a su hijo pequeño dice que, de pronto, esa necesidad vital que había sentido desapareció y cuando veía un bebé ya no moría de amor sino que le parecía muy mono pero poco más.

Yo no lo describiría mejor: necesidad vital. De un tiempo a esta parte (desde los 15 o 16 meses de Pichí) me descubro a mí misma planificando, dándole vueltas a la cabeza, leyendo e interesándome de nuevo por cosas de recién nacidos y perdiendo mis pensamientos cuando veo a mujeres embarazadas con otro niño de la mano.

Siento esos nervios por la aventura nueva que esperamos poder emprender y a la vez me aterran millones de miedos: si las cosas en el trabajo de Alma de Papi saldrán bien (estamos en un momento de decisiones importantes, de cuando crisis es sinónimo de oportunidad pero el cambio da vértigo y no depende al 100×100 de uno mismo), si me quedaré embarazada a la primera, si me cuadrará con el trabajo para cobrar la baja, si no se nos juntará con el inicio del cole de Pichí, si todo irá bien, si Pichí no abandonará la lactancia al disminuir la producción de leche durante el embarazo, si tendré un parto tan bueno como el de Pichí, si los familiares se lo tomarán bien, si podré hacerme cargo de los dos a la vez, si Pichí sufrirá mucho…

Muchas veces pienso lo fácil que sería todo si pudiésemos mirar por un agujerito aunque fuesen sólo dos segundos de aquí a diez años, por ejemplo. Me relajaría mucho verme establecida y contenta con Alma de Papi, con nuestros tres niños (que es mi gran sueño) y saber que las cosas nos han salido bien. Aunque reconozco que algo de encanto le quitaría al asunto pero es que la incertidumbre y yo no nos llevamos muy bien.

Sé que estoy al inicio del camino y poquito a poco iremos dando pasitos. De momento estoy en ese punto en el que los embarazos de los demás te ponen los dientes largos, en el que con los recién nacidos se te cae la baba como nunca y en el que vuelvo a llorar como una magdalena con vídeos relacionados con bebés, partos y la maravillosa aventura de ser padres.

Y es que es superior a mis fuerzas. No sé si es el reloj biológico, las hormonas, el ciclo de la vida o yo qué sé pero si pienso en que no pudiese ser, siento un vacío en el pecho que me aprisiona el corazón y me deja sin aire.

Definitivamente, estoy en ese punto en el que tengo la necesidad vital de tener otro hijo.

¿Y vosotras? ¿Habéis pasado por ese momento de sentir que tener un hijo es realmente necesario para vuestra vida?

LO QUE CAMBIA UN PARQUE

Desde que se me acabó el contrato en el cole he podido dedicarme más exhaustivamente a investigar “el parque de entresemana”. Durante el invierno yo llevaba a Pichí a varios parques por las tardes sin saber muy bien qué nos íbamos a encontrar, lo mismo que nos pasa los fines de semana (aunque ahí procuramos hacer planes diferentes). El caso es que yo notaba que nos faltaba continuidad y dependía mucho cómo pasásemos la tarde de los niños que hubiese en el parque.

Si algo bueno tiene el paro es que podemos pasar más tiempo con nuestros hijos y ahora que hace buen tiempo y que no tenemos prisa ni horarios hemos encontrado nuestro parque ideal. De lunes a viernes, entre las 10:30 y las 12:30 allí nos encontraréis. Primero llega M. porque tiene alergia al sol y una abuela terremoto que la levanta a las 8:30 para aprovechar el día. Luego llega la mamá de M. e I. que siempre anima el cotarro porque I. es mayor y trae juegos de mayores para compartir con los peques. A. también suele llegar tempranito, con su cuidadora porque sus papás que van a trabajar y la dejan despierta pronto. A las 11:30 o así llegamos Pichí y yo y V., el príncipe del parque, que ahora viene con su abuelo porque su mamá ha encontrado trabajo este mes en un campamento. Y las 12 llega A., el peque del grupo con 11 meses. Y allí pasamos la mañana. Mientras charlamos de lo que sea, estamos pendientes de los niños, jugamos al corro de la patata, van picoteando todos del tentempié de todos y los niños hacen sus cosas de niños.

Y oye, que se me pasa volando la mañana. Y mira que somos todos diferentes, hay bimadres, trimadres, cuidadoras, abuelos, abuelas… y los niños también son distintos, los hay de 11 meses, año y medio, 3 años, 7, a veces vienen niños nuevos… pero en lo que coincidimos los adultos es en nuestra ACTITUD. Todos respetamos a los niños, les ayudamos, les animamos a compartir y a jugar juntos y, desde luego, estamos pendientes de nuestros niños.

He ido a ese mismo parque, con sus mismos columpios, con su misma valla de colores, con sus mismos árboles y me he tenido que volver agotada y de mal humor porque la actitud de los adultos no casaba nada con la mía. He sufrido por ver a chavales de 10 años correr como ñus en estampida entre niños que solo gatean. Me he agobiado por ver que niñas de 5 años juegan con Pichí como si fuese un bebé a cogerla, a montarla en columpios altos sin mi permiso, a llevársela fuera del parque. Me he cabreado con niños que ven que Pichí corre tras ellos porque tienen una pelota y no dejarla jugar, ponerle la pelota en la cara varias veces para luego quitársela o incluso darle un tortazo en la espalda por las buenas sin venir a cuento.

Todos estos niños tenían algo en común: sus padres no estaban pendientes. Es más, ni si quiera estaban dentro del recinto del parque. Nunca oí a ningún padre ni madre decirle a ese niño: anda, cariño juega con la nena que quiere jugar contigo a la pelota o a un cuidador decirle a esa niña: deja andar a la nena solita que os podéis caer y ella es muy pequeña. No. Es más, nunca llegué a ponerles cara porque nunca aparecieron. Y yo dejo espacio a mi hija y no voy detrás como mamá pato, pero entiendo que cuando se trata de su seguridad o la de otros niños y las normas de convivencia mi obligación es mediar.

En fin, lo que decía en el título, lo que cambia un parque dependiendo de la gente que esté dentro.

¿Y vosotros? ¿Qué tal vuestra experiencia en los parques?

EL SUEÑO DIURNO ME QUITA EL SUEÑO

Ayer estallé.

Los que nos conocéis sabéis que Pichí es una niña todo terreno de 14 meses que se adapta a todo (incluidos los descontroles navideños) come fenomenal y duerme casi casi como una bendita. DURANTE LA NOCHE, claro.

El dormir que me quita el sueño es el diurno. Esas siestecitas que según la sabiduría popular todo bebé ha de echarse. Las leyendas cuentan que “casi una horita por la mañana y como mínimo otra horita por la tarde, después de comer”. Algunos apuran y añaden que “un ratito a media tarde para que cenen de buen humor”. Pues, señoras, señores, Pichí no ha incluido esa información en su “tarjeta de memoria del bebé” y se lo salta a la torera.

He de reconocer que no siempre fue así. Miento. Prácticamente siempre ha sido así pero hubo un par de semanas, cuando cumplió el año más o menos que nos hizo creer (la muy petarda) que tenía horarios que se repetirían durante el día, día tras día, como un bebé normal. Se despertaba a las 9:30, a las 11:30-12:00 se dormía media horita y luego sobre las 16:15 se echaba entre hora y media y dos horas de siesta. A las 11 en la cama y hasta el día siguiente (con un par de despertares). Yo respiraba tranquila, abría mis plumas de mamá-pavo real orgullosa de tener un bebé normal, con sus horarios, su siesta de por la mañana y de después de comer. ¿He dicho que duró un par de semanas? Sí, dos semanas.

La dura realidad es que aunque tenga muuucho sueño le cuesta dormir durante el día. Yo dejo que juegue, hacemos cosas y cuando veo que se empieza a tropezar y que ya no puede más intento dormirla en la teta. A veces no es suficiente. Pues al carro. Y más de la mitad de las veces no funciona y tengo que volver a llevarla al salón, a que se vuelva a tropezar (ojo que no es que le vaya poniendo cosas por medio es que la pobre con sueño se vuelve muy torpe), se pone a llorar y yo rezo porque con eso de la llantina, la pobre mía se haya cansado un poquito más y se pueda dormir. Entre todo esto puede pasar una hora, hora y media perfectamente.

Y digo que ayer estallé porque sin tener nada que hacer pues no pasa nada, soy la reina de la paciencia. Pero a las 12:30 tengo a Alma de Suegri en casa, la casa tiene que estar mínimamente presentable y yo tengo que prepararme para salir a trabajar. Y claro, me frustro. Porque veo pasar los minutos y las horas y la niña no se duerme, se tropieza, se cae, se pilla los dedos, llora y yo voy con un ojo pintado y el otro no y quedan todos los cacharros por fregar. O peor, parece que se va a dormir, empiezo a planificar lo que voy a hacer en ese rato y al final no se duerme. Y mi gozo en un pozo. Y ayer le eché una bronca tremenda por coger la escobilla del váter que le había dicho diez veces que no cogiese y la había apartado y había tratado de ignorarla etc etc y al final lo que me salió fue un berrido que me sorprendió hasta a mí. Y me sentí fatal por descargar mi estrés en Pichí. Al final nos pusimos a llorar las dos (ella del susto y yo de la impotencia), le pedí mil perdones y cambié la escobilla de la discordia de sitio. Se me podría haber ocurrido antes pero estaba bloqueada. A veces pasa, ¿no?

¿Qué tal el sueño diurno de vuestros peques? ¿Son de siestas de esas de libro?