El otro día leí una entrada preciosa de la mamá de Niño y Niña en la que hablaba de cómo se nos olvida a los adultos que un día fuimos niños y nos pasamos el día regañando a nuestros hijos, precisamente por no recordar que lo son.
Y es que ambas coincidíamos en que estando con nuestros hijos se da la situación de que, por ejemplo, Pichí mete toooda la manita en un charquito de agua que hay en el parque de estos días que ha llovido. Y allá vas tú, madre preocupada, pensando que qué guarrería, el agua del charco, que estará helada y que si se moja a lo mejor se constipa. Y entonces ocurre. Ese maravilloso momento en el que, como en las películas, te viene un flashback de ti misma hace 25 años con las manos empapadas jugando con un charco del patio del cole. Y sonríes. Porque te lo pasabas pipa, porque explorabas el mundo y porque aquí sigues, vivita y coleando después de haber metido (oh, Dios mío) las manos en un charco. Y oye, al final, dejé a Pichí jugar sin hacer más dramas… PORQUE YO TAMBIÉN FUI UNA NIÑA.
El otro día hice la prueba de dejar el carrito en casa y salir a la calle a que ella me llevase donde quisiese y no al revés, como hacemos siempre. Yo la meto en el carro y la llevo a algún parque, pero cuando volvemos ya se revuelve en el carro y quiere ir para donde ella quiere, así que me animé a que fuese ella quien guiase. Fue genial ver cómo con 17 meses, ella elegía ir al parque, correr detrás de los niños, ver cómo jugaban a la pelota y luego salir al paseo peatonal, ir detrás de los perros, fijarse en los escaparates donde hay vinilos con fotografías de personas y echarse unas risas. Es una maravilla no tener prisa, dejar hacer a los niños y redescubrir todo lo que nos rodea con ellos.
Así que sí. Yo dejaré que mi niña meta las manos en los charcos, que chupe sus juguetes, que muerda lápices hasta deshacerlos, que coma papel, que juegue con las hojas del suelo, que beba el agua de la bañera, que saque tooodos los juguetes a la vez, que se pase las mañanas y las tardes en el parque, que corra con sus amigos de un lado a otro sin ton ni son, que se corte el pelo con alguna tijera que me robe de por ahí haciéndose trasquilones, que salte sobre la cama, que ruede por el suelo, que se manche, que coma con las manos, que mezcle coca-cola, kétchup y mostaza en un vaso y luego moje una patata frita y se la coma… Eso es la infancia.
Que nadie me malinterprete, todo con moderación y supervisado por su madre que aunque una vez fue niña entiende que todo tiene sus límites pero, desde luego, de primeras no saldrá el NO de mi boca y mucho menos esa expresión de fastidio que se nos pone a los padres cuando nuestros hijos hacen algo que no nos gusta.
Así que ¿quién puede decir que tiene la suerte de ser niño dos veces? Yo, desde luego que sí.
¿Qué recordáis hacer siendo niños que ahora también hacen vuestros peques? ¿Les dejáis meter las manos en los charcos?