Me gusta que las cosas salgan como espero.
No es que me guste es que, muchas veces, es una necesidad.
Los seres humanos necesitamos un mundo predecible a nuestro alrededor para sentir al menos, la falsa sensación, de tener el control de algo.
Y ojo, que he dicho, que necesito que salgan como espero que van a salir, me guste o no.
Yo no quería que lloviese el día de mi boda, no me gustaba la idea. Pero oye, me casé en marzo, obviamente iba a llover. ESPERABA que lloviese. Y llovió. No pasa nada, estaba preparada, un paragüitas, más laca en el pelo y aquí no ha pasado nada.
Lo que esperaba era otra cosa. Abrí la nevera buscando una naranja y encontré un melocotón. El melocotón me encanta también, pero no se puede hacer zumo. Sí, se parecen, son naranjas bla bla bla. Pero tú tienes naranjas, están en tu mano y no me las quieres dar porque te viene mal, porque te da pereza moverte, porque ¿y si enfermas, qué haces con mi naranja?
Para mi salud es necesaria la naranja, porque necesito vitamina C. No me voy a morir si no la tomo, pero me encontraría algo mejor. El melocotón no tiene, o tiene muy poca. Pensé que con un poquito de esfuerzo iba a conseguir mi naranja y al final, seguramente no tendré lo que me esperaba.
¿Quién ha mencionado aquí untrabajodedoshorasquemeencanta, unnoesfuercitoporpartedelasuegra, unmeniegoallevarlaalaguardetodavía y unmeparecequetequedasencasaydiadiósatumierdervidalaboral?
Desde el bloqueo y mentalizándome para comerme el melocotón sin que se escape una lagrimilla. Mañana será otro día.